top of page
Buscar

La fobia de impulsos: Cuando los pensamientos nos asustan

  • Foto del escritor: Amelia Serra Zornoza
    Amelia Serra Zornoza
  • 2 oct
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 3 oct

ree

En consulta es frecuente que lleguen personas angustiadas por pensamientos que aparecen de manera inesperada y que les resultan muy perturbadores. Comentan que, de repente, surge una idea fugaz: “¿y si empujo a alguien por las escaleras?”, “¿y si hago daño a mi hijo sin querer?”, “¿y si pierdo el control y grito algo inapropiado en medio de una reunión?”. La confusión y el miedo son enormes, porque se preguntan qué significa tener pensamientos así. ¿Será que los desean de alguna manera?, ¿refleja algo negativo sobre su personalidad? Estas experiencias tienen un nombre: hablamos de la fobia de impulsos, una forma de ansiedad que, aunque intensa, puede entenderse y manejarse adecuadamente.


¿Qué es la fobia de impulsos?


La fobia de impulsos se caracteriza por la aparición de pensamientos intrusivos que son violentos, sexuales o socialmente inaceptables, acompañados de un miedo intenso a perder el control y llevarlos a cabo. Lo importante es entender que estos pensamientos no representan deseos reales ni anticipan que la persona vaya a actuar en consecuencia. De hecho, suelen generar una contradicción interna muy fuerte: quien los experimenta sabe que estos pensamientos van en contra de sus valores y de lo que considera correcto. Por eso, en psicología se dice que son egodistónicos: aparecen como algo ajeno a la identidad de la persona. Esta experiencia genera un malestar profundo porque la mente parece “traicionar” lo que se considera correcto y seguro, provocando culpa, vergüenza y miedo, y llevando a veces a intentar ocultar lo que se siente, incluso de uno mismo.


¿Por qué ocurre?


Nuestro cerebro produce miles de pensamientos al día, muchos absurdos o pasajeros, y la mayoría los dejamos pasar sin darles importancia. En personas con ansiedad, hiperresponsabilidad o perfeccionismo, estos pensamientos pueden ser captados como peligrosos o significativos, generando un ciclo de alerta constante. Aparece un pensamiento intrusivo, la persona se asusta y trata de bloquearlo o controlarlo, y ese mismo esfuerzo hace que el pensamiento vuelva con más fuerza.


Es un círculo vicioso que refuerza la sensación de que en la mente no se puede confiar, cuando en realidad lo que ocurre es que la ansiedad ha activado un sistema de alerta exagerado. Es importante saber que no se trata de algo extraño o anormal: cualquier persona puede experimentar pensamientos fugaces e irracionales, pero en la fobia de impulsos la interpretación de esos pensamientos es lo que genera la angustia.



Pensamientos recurrentes en la fobia de impulsos


Aunque cada persona lo vive de una manera, hay ciertos tipos de pensamientos intrusivos que suelen repetirse con frecuencia. Algunos ejemplos son:


  • Miedo a hacer daño a otros de forma repentina: “¿y si empujo a alguien por las escaleras?”, “¿y si apuñalo a alguien sin querer?”.

  • Temor a dañar a un ser querido: “¿y si ahogo a mi bebé en la bañera?”, “¿y si atropello a alguien sin darme cuenta?”.

  • Pensamientos sexuales inadecuados o perturbadores: “¿y si me atrae alguien de forma prohibida?”, “¿y si hago algo inaceptable en público?”.

  • Miedo a perder el control en situaciones sociales, religiosas o morales: “¿y si grito en mitad de la calle?”, “¿y si insulto a mi jefe en la reunión?”, “¿y si me desnudo de repente?”, “¿y si digo algo ofensivo en una ceremonia?”.

  • Ideas de autolesión no deseada: “¿y si me tiro por el balcón?”, “¿y si meto la mano en el fuego?”.

  • Temor a contaminar o envenenar a alguien sin querer: “¿y si echo algo peligroso en la comida?”, “¿y si infecto a mi hijo con una enfermedad?”.

  • Dudas sobre identidad o valores personales (aunque no sean deseos reales): “¿y si en realidad quiero hacer daño?”, “¿y si soy una mala persona y no lo sé?”.


Lo interesante es que, aunque el contenido varía, el patrón es el mismo: son pensamientos que llegan sin buscarlos, generan terror precisamente porque son opuestos a lo que la persona quiere, y se viven como una amenaza interna.



El impacto emocional


Vivir con fobia de impulsos implica mucho más que pensamientos intrusivos. Genera ansiedad constante, tensión interna y una sensación de inseguridad que puede afectar la vida cotidiana. Algunas personas evitan situaciones que podrían desencadenar estos pensamientos: no se acercan a cuchillos o a balones, evitan coger a sus hijos o prefieren no subir escaleras. Esta evitación, aunque comprensible, refuerza la creencia de que la persona “podría perder el control” y aumenta la ansiedad. La culpa y la vergüenza suelen ser compañeros constantes, porque la persona teme ser juzgada o piensa que estos pensamientos la definen.


Sin embargo, es fundamental subrayar que jamás se refleja un deseo real de hacer daño, y el hecho de angustiarse por ellos es precisamente lo que demuestra que la persona no tiene intención de actuar.


Por otro lado, muchas personas sienten que esta experiencia es completamente interna y difícil de compartir. Los pensamientos intrusivos pueden parecer tan extraños o inaceptables que se viven hacia adentro, generando una sensación de soledad intensa, acompañada de la percepción de estar “loco” o “extraño”. Es común que quienes los padecen sientan que nadie podría entender lo que ocurre, lo que refuerza la idea de estar fuera de control o equivocado de alguna manera. Esta soledad interna y esa sensación de rareza pueden ser casi tan angustiantes como los propios pensamientos y a menudo llevan a ocultarlos incluso a las personas más cercanas.



Cómo afrontar los pensamientos intrusivos


Aunque los pensamientos intrusivos puedan ser muy angustiantes, hay estrategias que ayudan a disminuir su impacto y recuperar la sensación de control:


1. Reconocer y aceptar el pensamiento. Cuando aparezca un pensamiento aterrador, en lugar de intentar bloquearlo o luchar contra él, puedes decirte: “Esto es solo un pensamiento, no un deseo ni una acción real”. Reconocerlo sin juzgarlo reduce la ansiedad que provoca.


2. No intentar controlar ni neutralizar. Intentar “borrar” el pensamiento o compensarlo con otra acción suele reforzarlo. Una estrategia más efectiva es dejarlo pasar, como si fuera una nube que atraviesa el cielo: está ahí, pero no define quién eres ni lo que harás.


3. Observar la emoción. Date permiso para sentir miedo, culpa o incomodidad, sin castigarte por ello. Puedes respirar profundamente, notar cómo se mueve tu cuerpo y aceptar que estas emociones son temporales.


4. Poner distancia y nombrar los pensamientos. A veces ayuda darles un nombre: “este es un pensamiento intrusivo”. Verlo como algo separado de ti reduce la sensación de amenaza y el miedo a perder el control.


5. Evitar la evitación excesiva. Evitar situaciones por miedo a que aparezca el pensamiento puede aumentar la ansiedad a largo plazo. Pequeños pasos, acercándote gradualmente a lo que temes, ayudan a recuperar confianza.


6. Buscar apoyo. Hablar con alguien de confianza sobre lo que sientes, o acudir a un profesional, permite aliviar la culpa y la vergüenza y recibir orientación sobre cómo manejarlo.


Si alguna vez has tenido este tipo de pensamientos, lo primero que debes recordar es que no dicen nada sobre quién eres ni sobre tu capacidad de controlar tus acciones. Tener un pensamiento no equivale a querer hacerlo ni a que vaya a suceder. Lo que ocurre es que la ansiedad activa un sistema de alarma que hace que tu mente interprete lo "absurdo" como peligroso. Comprender esto suele ser un gran alivio, porque permite dejar de luchar contra la idea de “soy malo” o “algo está mal en mí” y empezar a ver estos pensamientos como señales de ansiedad, no de personalidad.


Tener pensamientos intrusivos aterradores no significa que seas extraño, peligroso ni que haya algo “malo” en ti. Significa que tu mente está funcionando, aunque de forma exagerada, ante la ansiedad. Con la información correcta y el acompañamiento adecuado, la fobia de impulsos puede remitir y es posible recuperar la calidad de vida.


 
 
bottom of page